sábado, 1 de julio de 2017

MUSEO CERRALBO

Hoy nos adentramos en el interior de un viejo caserón del casco antiguo de Madrid, un museo que es el testimonio vivo de la opulencia y la arrogancia de la clase aristócrata, un ambiente rancio que refleja la estupidez, el egoísmo y la podredumbre del ser humano cuando utiliza una riqueza mal repartida en el mundo para satisfacer su propio ego.

Bienvenidos al incomprensible mundo de aquellos que durante la historia pasada y actual amasan grandes fortunas, grupo de vagos e incultos que venden su alma al dios del dinero sin importarles el resto de los seres vivientes ni lo que es justo.


Bienvenidos al museo de los marqueses de Cerralbo





Comenzaremos hablando del edificio, situado en la céntrica calle Ferraz de Madrid y construido entre 1883 y 1893, el cual fue concebido desde un primer momento como vivienda y como lugar donde exponer las obras de arte, antigüedades y curiosidades reunidas por el afán coleccionista de sus propietarios. Antiguo palacio hoy museo, consta de cuatro plantas: semisosótano, piso entresuelo, piso principal y buhardillas. El semisótano y las buhardillas se dedicaban a servicios del palacio tales como cocinas, despensas, cocheras, cuadras, calderas y cuartos de criados. El primer piso y el entresuelo se dedicaban a la vida cotidiana de los marqueses y el segundo a la vida social.

En el piso entresuelo también se recibían las visitas de confianza y tuvo sucesivas transformaciones. La primera de ellas tiene lugar tras el fallecimiento de don Antonio, 1900, y afecta fundamentalmente al ala izquierda. Gran parte de las habitaciones que comprendían sus apartamentos privados se transformaron en gabinetes y salones de verano.

Pero, sin duda, la intervención más radical se efectuó en la década de los años 40 del siglo xx, y supuso el sacrificio de los dormitorios y otros cuartos de diario y de servicio, entonces carentes de interés museográfico, en favor de unas galerías donde exponer las colecciones artísticas.

Pasemos al recibimiento de verano y galería.


Fue, antes del fallecimiento de Antonio del Valle, el lugar de recibir correspondiente a sus apartamentos privados. A partir de 1900, esta zona del palacio pasó a ser utilizada, en primavera y comienzos del verano, por el marqués de Cerralbo y su hijastra Amelia, por la ventaja que suponía su orientación y apertura al jardín, antes del traslado anual al palacio se Santa Mª de Huerta en Soria. El recibimiento se prolonga en una Galería con salida al jardín en la que se exhibe pintura de temática religiosa, antiguamente un largo pasillo que incluía una escalera de comunicación interior con el piso principal que desapareció en la reforma de los años 40 del siglo XX.

Del jardín no se conserva documentación y el que vemos es una recreación de 1993.


La escultura del jabalí proviene del palacio madrileño de Medinaceli, demolido en 1890. Es una copia de los Uffizi del siglo XVI que, a su vez, reproduce una obra helenística.

El salón rojo tiene vistas al jardín y debe su nombre, siguiendo la costumbre de la época, al tono de sus tapicerías y paramentos.


Este salón se utilizó como despacho, donde el marqués atendía a administradores y proveedores sin necesidad de que tuvieran que pasar por el resto de la casa. La existencia de estas habitaciones, situadas en la planta baja, en las que el propietario trabajaba en la administración de sus fincas, gestionaba sus rentas y sus negocios, fue habitual en los palacios urbanos de la nobleza y la alta burguesía.


El salón amarillo era el comedor de diario y gabinete de confianza así como también tiene vistas al jardín.


La decoración de la pared presenta el papel pintado original,el único que se conserva en todo el palacio.


Estos papeles, impresos con procedimientos mecánicos, de moda a mediados del siglo XIX, son una solución práctica frente a los antiguos y mucho más costosos entelados, y buena muestra de la aplicación de los procedimientos industriales a las artes decorativas.


La salita rosa ha sido recreada como gabinete de la marquesa de Villa - Huerta con parte del mobiliario legado por ella para que formase parte del museo.



La recreación se ha hecho al modo de las salitas de compañía, tan del gusto de las damas decimonónicas, en las que resultaba imprescindible una sillería de comodidad donde la dueña de la casa pudiera sentarse de forma relajada y sin protocolo. Resulta fácil imaginar aquí a la señorita Amelia en compañía de alguna amiga, charlando mientras contemplaban la floración de la primavera a través del balcón abierto al jardín o bordando mientras compartían una lectura por turnos a viva voz o, sola, sentada ante el escritorio femenino marcado con su inicial, escribiendo cartas, tarjetas de invitación o notas de agradecimiento.


En el dormitorio del marqués de Cerralbo vemos como las habitaciones íntimas se concebían con gran austeridad frente a la opulencia y vistosidad de los salones de recibir.



En el caso de este dormitorio, recreado a partir del inventario de la casa, cuenta con parte del mobiliario original y con piezas adquirida en el comercio actual de antigüedades.


Desde aquí accedemos a un pasillo que comunica con la antigua escalera de servicio y por el que circulaban los criados procedentes de las cocinas del semisótano para atender el comedor. Recientemente se han reunido aquí algunos de los recuerdo carlistas conservados en la casa en relación con la afiliación política del Marqués de Cerralbo.


Entre esos recuerdos está este retrato de 1896 de Don Carlos de Borbón y Doña Berta de Rohán.

Entramos en el gran portal y la escalera de honor.


El zaguán está dotado, como otros muchos portales de Madrid, de dos enormes puertas gemelas cuya función, hoy olvidad, era permitir el paso de carruajes de invitados y proveedores por una de ellas y la salida por la contraria facilitando así las complicadas maniobras con las caballerías. Por el contrario, los coches de la casa continuaban el trayecto hasta el arranque de la escalera y, una vez allí, los señores podían descender con comodidad, mientras que el cochero accedía al patio interior donde estaban las caballerizas.


La escalera de honor era uno de los espacios más escenográficos en estos palacetes decimonónicos.



En ella era importante exaltar el prestigio social de los propietarios de la casa.


En la del palacio de Cerralbo destacan la barandilla de hierro forjado que perteneció al antiguo monasterio de las Salesas Reales de la Reina Bárbara de Braganza y el gran escudo con las armas del matrimonio Cerralbo, enmarcado entre dos tapices del siglo XVII.


Antes de subir al piso principal aún nos quedan algunas salas a las que asomarnos.

El recibimiento de invierno era un área de acogida de la parte de la vivienda que correspondía a los marqueses de Cerralbo y su hija Amelia, luego transformada en ala de invierno. Como corresponde al piso de diario, está sobriamente decorado con una serie de muebles característicos de los recibidores decimonónicos. En comunicación directa con esta habitación se encuentran la capilla, el salón de confianza y, antaño, el pasillo interior que daba acceso a las habitaciones de uso privado.

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El salón de confianza es el salón de recibir del piso de diario y, como tal, en él se ubican algunos de los objetos decorativos más llamativos de la casa. El término "de confianza", en parámetros de protocolo decimonónico, hace alusión a los salones en los que se atendía a las visitas, ya fueran íntimas o de cumplido, los días de recibir sin la etiqueta y parafernalia propia de las recepciones de gala. Está comunicado con el que fuera el último dormitorio de la marquesa de Villa - Huerta.

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De ahí se pasa al salón comedor y sala de estar, situada en una de las zonas más caldeadas del palacio gracias a su ubicación cerca de los cuartos caloríficos y a la presencia de una chimenea.

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El piso principal, destinado al protocolo y decorado de forma más suntuosa y artística, espejo de la posición económica y social de sus propietarios, refleja en su distribución la mentalidad decimonónica, donde prima sobre todo la apariencia, y se reservan los mejores espacios a los invitados. De hecho, se abría únicamente para recepciones, fiestas y bailes. 

La primera estancia que nos encontramos es la armería. Era el lugar destinado a la recepción de los invitados donde se celebraba la ceremonia del besamanos, la ambientación evoca las salas de armas medievales y nos traslada al marco de las nobles gestas en las que participaron los antepasados de la familia.









Comunicando directamente con la armería se encuentra la sala de baño.


Una habitación en la que predominó la exhibición por encima del sentido práctico. Es importante recordar que hasta el último tercio del siglo XIX no fueron habituales los cuartos de baño concebidos como estancias independientes. La posesión de una habitación exclusiva con bañera de mármol, grifería de agua caliente y fría y desagüe suponía un alarde de confort del que quisieron hacer gala los propietarios de la casa.


De aquí pasamos a la sala árabe.


Se trataba de una moda en toda Europa en siglo XIX, asociada al consumo de tabaco y, por tanto, de uso fundamentalmente masculino. Sus paredes forradas de kilims y suelos y muebles tapizados de alfombras pretendían evocar las jaimas de los nómadas del desierto.


A continuación nos encontramos el salón estufa.

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Se concibe, en principio, como invernadero donde mantener protegidas de la intemperie plantas exóticas o de interior. Un espacio muy del gusto de la segunda mitad del siglo XIX como adaptación, a los placeres urbanos, del modelo de pabellón o estufa fría frecuente en 1851, del pabellón de hierro y cristal construido por Paxton. El Marqués no debió ver ninguna ventaja en este acristalado, proyectado por los arquitectos del palacio, poco práctico para un clima como el de Madrid, con grandes picos de calor y de frío, y condenó los ventanales cubriéndolos con tapices a modo de cortinajes.

Ahora nos encontramos con una estancia que para mí desprende un ambiente un tanto tenebroso, el pasillo de dibujos.


Este pasillo, que en tiempos fue de servicio, pues en él se apostaba la servidumbre a la espera de atender a los señores en el Comedor de Gala, lo ornamentó el Marqués con parte de su colección de dibujos, 80 de los 558 que la componen. Su emplazamiento en un lugar sin luz natural directa no es casual; sin duda don Enrique conocía los peligros del fotodeterioro en la obra sobre papel.
En este pasillo una sensación fantasmagórica te abruma pudiendo imaginar con facilidad los espiritus de la servidumbre apostada contra la pared mientras esperan el sonido de una campanilla.


Pasamos a la sala de columnitas.



Este salón, testigo del afán coleccionista del marqués de Cerralbo, tuvo la función de fumoir, lugar donde los caballeros se reunían a hablar de negocios o comentar los acontecimientos de la convulsa política decimonónica mientras fumaban.


El siguiente es el salón vestuario.


Se proyectó como tocador del marques de Cerralbo por lo que es una estancia de ámbito masculino en contraposición con el de la Marquesa al que inmediatamente se accede.


Supone la pervivencia de manera simbólica de las costumbres cortesanas de vestirse delante de un séquito de ayudas de cámara.


Pasamos a la Salita Imperio


En su origen era el tocador de la Marquesa pero se redecoró hacia 1900 como un gabinete de espejos que recibió el nombre de Saloncito Imperio.


Su emplazamiento entre el salón vestuario y el comedor de gala permite suponer que fue un lugar de paso en el que se detenían las damas para arreglar sus tocados o reposar en los divanes.

El siguiente es el Comedor de Gala


Aquí tuvieron lugar las cenas de etiqueta y se sirvieron espléndidos buffets en las noches de fiesta y baile.


La idea de una gran mesa de comedor surge en Inglaterra en el último cuarto del siglo XVIII. Los comensales debían combinar la participación en la conversación general, guiada por los anfitriones, con la atención a sus vecinos inmediatos.


Seguimos por el Salón Billar



Debió utilizarse como lugar de apoyo al servicio del comedor; así lo testimonian la presencia de una polea que comunicaba con la gran cocina del sótano y que todavía hoy se conserva tras una angosta puerta situada entre los divanes,  y la presencia del filtro de agua coronado por una copa de alabastro labrado.


Su función estaba centrada en el juego del billar, ejercicio favorito de los caballeros del siglo XIX.


De aquí llegamos al Salón Chaflán.


Fue dedicada al esparcimiento y debe su nombre al perfil que se genera en la fachada del edificio por la confluencia de las calles Ferraz y de Ventura Rodríguez.


Es una habitación concebida para la tertulia, los cuchicheos y el descanso entre baile y baile.


Lo siguiente es el Despacho



Es la habitación más estrechamente ligada a la personalidad del marqués de Cerralbo. Concebida como sala de aparto y de recepción de ilustres visitas no tenía ningún sentido utilitario.


Vamos accediendo a la Biblioteca.



Se trata de un lugar de estudio y de concentración intelectual, lo cual, se percibe en el tipo de objetos que se despliegan sobre su mesa, pocos y de carácter utilitario, y en la sobriedad general que envuelve a la sala repleta de libros.


Son en torno a 10000 volúmenes desde incunables hasta ediciones de 1922, además de manuscritos de gran valor artístico, literario y científico. Esta biblioteca fue considerada en su época como una de las más completas del país en materia de Numismática y Arqueología.


Seguimos por las Tres Galerías.






Estas galerías fueron ideadas por el propio marqués de Cerralbo a imitación de los palacios italianos para facilitar el deambular de sus invitados






En la tercera galería se encuentra el aseo de invitados con un curioso cubre bacín de madera y un lavabo de mármol.


Finalmente nos encontramos con el Salón de Baile.




Las pinturas en el techo datan entre 1891 y 1892. La escena central representa la danza de los dioses y a su alrededor interpretaciones del baile a lo largo de la Historia.




Aquí tuvieron lugar, además, importantes exposiciones de Arqueología y Numismática y veladas literarias. ¿Os lo imagináis?, mirad la siguiente fotografía.


Y hasta aquí el recorrido por las estancias de este viejo palacio decimonónico. Resulta muy interesante comparar una visita actual con las antiguas imágenes en blanco y negro rodadas por el NO-DO que os dejo en el siguiente link:




También os dejo como curiosidad el siguiente enlace a una noticia del diario El País en el que se cuenta como aparece troceado en el museo Cerralbo un cuadro de 1827 que se creía destruido en el incendio del Palacio de Justicia de 1915.




Bueno, espero que os haya gustado la visita por uno de estos desconocidos museos y os espero en mi próxima entrada.